viernes, 9 de octubre de 2009

Alberto Collantes: Tierna Candice 09-09


Tierna Candice


La dulce y entrañable Candice había ido a Las Vegas con dos amigas suyas. Su última noche en soledad, porque sus amigas habían regresado un día antes, la pasó en el casino metiendo coin tras coin en las tragaperras. A la ingenua Candice no se le daba bien esto del coin; en realidad, nunca había tenido ningún coin. Y esa noche también había sido una mala noche para ella; la modosa Candice había tenido muchas Nocheviejas, pero ninguna noche buena.
Deambulando hacia su hotel, entró en el iluminado túnel del Casino Caesar’s (allí todos dicen sisars). Nada más entrar, tropezó en algún saliente de la pared y se golpeó en el brazo derecho. Es que la pobre Candice veía mal y había tenido que quitarse las lentillas desechables tras más horas de la cuenta con ellas puestas. Pero Candice, la torpe Candice, era capaz de mayores proezas. En cuatro cenas en el hotel había roto tres copas, ante la fingida mueca beneplácita pero contrariada del camarero. Aunque Candice había alcanzado la cumbre de la patochez aquel día en el gimnasio, en que, dando pedales en una bicicleta estática atada con cadenas a la pared, consiguió desestabilizarse, romper el enganche y caerse al suelo destrozando el manillar de la bicicleta. Su entrenador no fue benevolente y le dijo: “¿Con los ojos no sabes hacer nada, guapa?”. Después la invitó a no volver por el gimnasio.
Pues bien, iba la despistada Candice paseando por el túnel hacia la glorieta que simula ser el Coliseo romano cuando vio un cartel que decía: “¡Aquí bajamos las bragas!”. Candice pegó un respingo y leyó otra vez con atención el cartel: “¡Aquí bajamos las bragas!” (Lowest prices in panties). Tras dudar un rato, vio cerca otro cartel que decía: “¡Si usted va sin bragas es porque quiere!” (If you don’t wear panties is because you don’t want to). La avispada Candice notó la contradicción entre los dos mensajes. Así que se metió en la tienda de Ralph Lauren donde estaban de liquidación, y, al ver los carteles de clearance (rebajas), empezó a hacerse la luz en su adormilado cerebro. Ya dentro de la tienda vio otro cartel donde se ofrecían tres de las citadas prendas por sólo tres dólares.
La adormecida Candice metió la mano en el bolsillo y comprobó que sólo le quedaba un billete de dos dólares y tres coin, así que le faltaban 25 céntimos para poder comprar la oferta. Sin dudarlo mucho, la decidida Candice se dirigió al dependiente y le dijo con voz aflautada: “¿Me puede bajar las bragas?”. El dependiente pegó un respingo y dijo: “Excuseme”. La insistente Candice, que para complicarlo más guiñó el ojo izquierdo irritado por la lentilla, repitió: “¿Que si me quiere bajar las bragas!”. Esta vez el dependiente se puso blanco, se rascó la cabeza y dirigió la mirada al falso cielo de la galería. Tragó saliva y repitió: “¡Excuseme!”. Entonces vio la mano extendida de la temblorosa Candice que le mostraba 2,75 dólares para comprar lo que valía tres. Ahora ya comprendió todo el vacilante y perplejo dependiente. Así que cogió tres prendas, se las metió dentro de una bolsa a la ilusionada Candice y recogió el dinero. La satisfecha Candice se metió la bolsa entre el brazo izquierdo y el cuerpo y salió hacia la calle.
De camino hacia el hotel, la siempre despistada Candice iba en busca de la dulce y caliente cama en la habitación 505. Nunca se daría cuenta de que, por una vez en la vida, después de haber estado frente a un hombre, le había hecho pasar de la sorpresa del color blanco al estupor del color verde, de la irritación del color amarillo a la ira del color rojo. Mientras, la ufana Candice se iba se iba se iba… con las bragas en la mano tras haber dejado atrás un hombre con todos los colores del arco iris en el semblante.
Dulce Candice. Tierna Candice. Feliz Candice.

California, 9 de octubre de 2009